-No se crea que sabía la verdad. Al principio me dijeron que los crearían para utilizarlos en su centro de distribución, para abaratar costos y trabajar más horas... Viví con ellos mucho tiempo y cuando empecé a notar cierta negación de estas criaturas a cumplir órdenes sencillas, le dije a Casillas que mejor abortar la investigación. Cómo se imaginará me dijeron que se harían cargo de todo y me despidieron.
-Y ahí fue cuando le quemaron la casa- dijo D. convencido de sus palabras.
-La casa la prendí fuego yo, cuando me di cuenta que entraban todas las noches a robarse mis papeles. Una vez los esperé escondido detrás del sillón, cuando los vi salir de un rincón me tiré encima de ellos y solo pude atrapar uno. Me miró con tanto odio que tuve que soltarlo, realmente me dio miedo, era como si me echara en cara eso que era.
-Y ahora siguen trabajando para la Compañía, ¿por qué no se revelan? ¿Usted no los denunció?
-Yo intenté todos los caminos posibles pero siempre había alguien más poderoso que me hacía quedar como un loco. De hecho, algunas veces pienso que lo estoy. No le puedo asegurar que no se revelarán, creo que tienen inteligencia y memoria, algo que los hace aprender de sus errores y de los demás. Por ahora son parte de este mecanismo siniestro de la Compañía para facturar miles de pesos más por día.
-¿Le quedaron pruebas o alguna persona con la que se pueda contar?
-Nada, mientras viva todas las pruebas las conservo en mi cabeza, pero tengo miedo de que den un paso más y se atrevan a todo.
D. comenzaba a marearse en ese cuarto, el aire estaba cada vez mas viciado y necesitó con urgencia salir a despejar tanto sus pulmones como sus pensamientos.
-Gracias por todo, veré que hago con todo esto. Cuidesé, no haga nada extremo sin consultarme, tenga, esta es mi tarjeta.- dijo D. con un pie afuera del cuarto.
-Memorizaré el número. No espere que lo llame.- Perutti le lanzó una mirada inquisidora y luego de una pausa continuó- Sepa que ahora saben que usted sabe.
La idea de denunciar semejante fraude estaba presente, pero D. sabía que debería actuar con cautela para no terminar como el viejo Perutti.
No fue la revelación de este intrincado laberinto lo que lo asustó sino el tomar conciencia de que estos bichos podían llegar a revelarse. Había visto a uno de ellos y su cara de odio, qué harían pues si lejos de todo control seguían sus instintos más básicos.
¿Cómo acabar con ellos sin morir en el intento? Tenía tanta bronca, jamás le gustó sentirse usado y mucho menos estafado. De alguna manera no solo había que terminar con estas criaturas sino también con la farsa de La Compañía.
Estuvo unos días recavando más información, escribió todo en su antigua máquina Olivetti y luego lo mandó por mail también a un par de direcciones seguras. Contó todo con lujo de detalles, con nombres y apellidos.
Faltaba sólo una información para concretar su plan y esta llegó una tarde de otoño. Sonó su celular y después de ver el número, atendió:
-Hola, Turco, ¿tenés el dato? Msi, conozco, a la vuelta de la fábrica de pastas, msi, ¿estas seguro? Bien, gracias negro, te debo una.
Entonces, con el dato en la mano, buscó en un cuaderno viejo de direcciones y volvió a utilizar su teléfono.
-¿Paco, sos vos? Habla D. no puedo explicarte nada ahora, necesito saber si tenés aún los fuegos artificiales esos que utilizabas hace años. Necesito una carga importante, como para un depósito, si...¿podrás conseguirme todo? Ok, pasaré por la Cantina algún día para brindar con vos, si todo sale bien.
Los días previos sintió que ellos lo habían descubierto. Fueron noches eternas, en las que cualquier ruido lo molestaba y lo hacía saltar de la cama. Le pareció verlos en los rincones, debajo de alguna piedra, pero nunca el tiempo suficiente como para corroborar que allí estuvieran.
El martes había comenzado con lluvia, pero luego se despejó y le permitió poner todo en su lugar. Después llamó a su conocido en el diario de mayor tirada y le dijo que en su mail había una información fehaciente del mayor robo de los últimos tiempos, lo mismo hizo con un canal de televisión y con la producción de un programa de radio.
Luego, inspiró profundamente, esperó a que no pasara nadie por el lugar y apretó el botón rojo.
FIN