viernes, octubre 27, 2006

Fabulas


Navegando por ahí me encontré con una página de fabulas algunas muy conocidas otras no tanto, una de ellas firmada por Juan Carlos Davalos me pareció interesante, hablaba de un zorro y su amigo el carpincho, pero terminaba abruptamente, sin moraleja alguna cuando el zorro moría aplastado por la carreta, al querer imitar a su amigo y conseguir algo para comer.
Mmmno se, no dejó claro su mensaje, tampoco daba para fábula el hecho de que el zorro se hiciera percha con la carreta.
Y su ausencia de moraleja, o mejor dicho una moraleja implícita de: no imites a un amigo porque te moris!! no me gustó nada.
Encontré otra, mas livianita, pero mas profunda a la vez que habla de las cosas que nos fortalecen, que nos hacen seguir adelante.
Esta es pues la fábula que quiero mostrales.
Ah, y me encantó que el firmante se llame Godofredo.

LAS DOS PLANTAS
Dos plantas nacieron de dos semillas iguales, a pocos metros de distancia una de la otra.
Una brotó a la orilla del camino. A veces estaba llena de polvo; otras veces estaba cubierta de barro. En verano la quemaba el sol. En las noches de invierno estaba helada de frío, azotada por la lluvia, batida por el viento.
Sin embargo, creció verde vivaz y lozana.
La otra planta creció al amparo de un techito que allí estaba, al pie de una pared. Así que no tuvo que luchar contra el viento. La lluvia no la mojaba ni la quemaba el sol. Apenas sentía un poco de frío en las largas noches de agosto.
Esta planta creció delgada, endeble y descolorida.
ES QUE LUCHAR Y SUFRIR AYUDAN A CONSERVAR LA VIDA.

Godofredo Daireaux

martes, octubre 24, 2006

Don Arturo

La calle principal del Bosque Peralta Ramos en MdP se llama Don Arturo, no creo que el homenajeado en este caso sea Don Jauretche, que siempre tuvo un ojo muy crítico hacia nuestros nombres patricios.
Aca les dejo algunas frases de este gran pensador argentino.

"Esta es la raíz del dilema sarmientino de 'Civilización o Barbarie' que sigue rigiendo a la 'intelligentzia'. Se confundió civilización con cultura, como en la escuela se sigue confundiendo instrucción con educación. La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quién abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América, trasplantando el árbol y destruyendo al indígena que podía ser un obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa, y no según América".Los Profetas del Odio y la Yapa. La colonización pedagógica. A. Peña Lillo Editor. Marzo 1975.


"El pueblo en que nací, en el Oeste de Buenos Aires, era treinta años antes territorio indio, pero la escuela a la que concurrí ignoraba oficialmente a los ranqueles. Debo a Búffalo Bill y a las primeras películas de cowboys mi primera noticia de los indio americanos ¡Esos eran indios!, y no esos ranqueles indignos de la enseñanza normalista". Los Profetas del Odio y la Yapa. La colonización pedagógica. A. Peña Lillo Editor. Marzo 1975.


"Esto ocurre aquí y en cualquiera de las llamadas grandes democracias. Mientras en los países totalitarios el pueblo es un esclavo sin voz ni voto, en los 'democráticos' es un paralítico con la ilusión de la libertad al que las pandillas financieras usurpan la voluntad hablando de sus mandatos. Proponemos un auténtico ideal democrático. El sometimiento de las fuerzas de las finanzas al interés colectivo. El estado que queremos debe ser fuerte para hacernos libres. No el estado totalitario cuyo fin es ahogar al hombre para realizarse, sino el estado que ahoga la tiranía del dinero para realizar al hombre, y así, en el terreno de la formación de la opinión pública, la solución democrática consistirá en sustituir la libertad de empresa periodística o radiotelefónica, que es la libertad de los grupos plutocráticos para hacer su prensa o su radio e impedir toda otra, por la libertad de presa sólo lograble cuando ella no tenga que depender de los intereses capitalistas. Solución ésta que requiere una Argentina Liberada, ya que como dije antes, la finanza es extranjera. El problema que en los países plutocráticos es un problema puramente interno, entre nosotros, está vinculado a la existencia de una soberanía nacional auténtica. Necesitamos liberar a la Nación para liberarlos dentro de ella". Opinión Pública y Democracia. 17/11/1941. Escritos Inéditos - Corregidor 2002.

miércoles, octubre 18, 2006

Libro de Quejas


Por algunas cosas que me han sucedido ultimamente y tambien a personas que conozco es que voy a gritar sin mas explicaciones:

ODIO
LA
BUROCRACIA!!!!

jueves, octubre 12, 2006

La conquista plateada

La Conquista de América en 1492 trajo nuevos aires para Europa, numerosos descubrimientos maravillavan a sus hombres y mujeres, desde la comida, las herramientas y las construcciones hasta una de las que mas rédito dió a Europa que fue el descubrimiento de sus minas de plata y cobre.
Desde fines del siglo XV, quedó patente el hecho de que los españoles no tenían inclinación por el trabajo manual y que la mano de obra sería la indígena (a la que se sumaría luego la esclava). Se instituyó por esto el repartimiento, entregando cupos de naturales a los españoles para que les utilizaran en labores agrícolas o mineras.
La acelerada disminución del número de amerindios (por causas diversas, como el desarraigo familiar, el mismo trabajo, etc.) aconsejó sustituir el repartimiento por la encomienda (ambas instituciones coexistieron a veces), vieja institución feudal que establecía la servidumbre a los señores a cambio de la protección a los siervos. En el caso americano, se entregaba una comunidad indígena a un español, que debía españolizarles y adoctrinarles en la fe (pagando un doctrinero). Los encomendados entregaban al encomendero un capital anual, el tributo (en oro o en especie) y un capital-trabajo (algunas prestaciones). En ningún caso, el encomendero era propietario de la tierra donde vivían sus encomendados, que seguía siendo de la Corona y entregada en usufructo a la comunidad.
Los encomenderos trataron de sacar el mayor rendimiento a los encomendados, manteniendo altos los tributos (pese a que disminuían los tributarios) y exigiéndoles trabajos adicionales, como labrar alguna parcela de maíz para sustento del señor e incluso prestaciones laborales en sus tierras particulares. Esto último era ilegal, pero solucionaba en parte el problema de la falta de mano de obra, cada vez más angustioso. La Corona intentó suprimir la encomienda en 1542 (Leyes Nuevas), impidiendo su transmisión, pero tuvo que ceder ante las presiones de los encomenderos peruanos (rebelión de Gonzalo Pizarro) y sostenerla.
La falta de mano de obra indígena originó la reimplantación del repartimiento, pero distinto del existente al principio. Los indígenas próximos a una población española (encomendados y no encomendados), debían ofrecer un cupo de trabajadores (usualmente entre el 2% y el 4%) a modo de pequeño mercado de mano de obra para su contratación en labores agrícolas (escarde, cosechas, etc.) o urbanas (empedrado de calles, construcción de casas, etc.). El reparto lo hacía el Alcalde Mayor que tenía jurisdicción en los términos de la ciudad. La carencia de mano de obra jornalera no empezó a resolverse hasta principios del siglo XVII, cuando hubo un considerable número de mestizos y aparecieron los indios forasteros o huidos de sus encomiendas para no pagar tributos, ofreciéndose a trabajar por un salario. A éstos se sumaron los esclavos echados a jornal o alquilados por sus amos en obras u ocupaciones diversas a cambio de un salario que se embolsaban. En Cuba se utilizaron muchos de ellos en las obras de fortificación.
En 1601 se estableció el concertaje o concierto de los trabajadores, por el cual éstos acordaban laborar para determinado propietario a cambio de un jornal. El concertaje robusteció la hacienda, que acabó con la encomienda. El repartimiento quedó reservado para actividades en las cuales no se encontraban jornaleros, como la minera en Nueva España, donde se implantó desde 1632. El concertaje funcionó usualmente durante la segunda mitad del siglo XVII. El concierto se hacía por escrito y por un período que iba de seis meses a un año. El trabajador tenía derecho a una casa y a los servicios religiosos. El salario debía pagarse en dinero y no en especie, pero lo corriente es que se diera una parte en dinero (entre 15 y 30 pesos al año) y otra en especie (ocho fanegas de maíz y media arroba de carne cada dos semanas). Aunque el patrono procuraba explotar a sus trabajadores, tenía siempre el límite impuesto por la oferta y la demanda. Si apretaba demasiado, el jornalero se buscaba otro patrono, siendo inútil tratar de hacer valer el papel del concierto firmado, pues primero había que encontrarle.
Esto dicen los libros, pero en la realidad muchos niños y mujeres fueron explotados en las minas, ciudades enteras fueron destruídas y ejércitos enteros se vieron fortificados con las riquezas de América, esa riqueza que pertenecía a los antiguos dueños de las flechas.
(pido perdon por las fotos que no me dejó subir Blogger)

martes, octubre 10, 2006

Vamos a andar


Para todos mis amigos, esos que siempre estan en las buenas y en las malas, para aquellos que necesitan una mano, para los que caminan conmigo:

Vamos a andar
en verso y vida tintos
levantando el recinto
del pan y la verdad
vamos a andar
matando el egoismo
para que por lo mismo
reviva la amistad.

Vamos a andar
hundiendo al poderoso
alzando al perezoso
sumando a los demas
vamos andar
con todas las banderas
trenzadas de manera
que no haya soledad.

Que no haya soledad
Que no haya soledad
Que no haya soledad...

vamos a andar
para llegar a la vida.

(Vamos a andar)
en verso y vida tintos
(para llegar)
levantando el recinto.
(Vamos a andar)
del pan y la verdad
(para llegar)
matando el egoismo
(Vamos a andar)
para que por lo mismo
(para llegar)
reviva la amistad
(Vamos a andar)
hundiendo al poderoso
(para llegar)
alzando al perezoso
(Vamos a andar)
sumando a los demas
(para llegar)
con todas las banderas
(Vamos a andar)
trenzadas de manera
(para llegar)
que no haya soledad.

Vamos a andar
para llegar a la vida.

Silvio Rodriguez- Vamos a Andar- Rabo de Nube.

viernes, octubre 06, 2006

Cuento 2

Aquí va el final de cuento que comencé ayer, se llama EL HOMBRE QUE NO CONOCIA LA FELICIDAD.
Besos para todos!!

CONTINUACIÓN:
Es difícil decir si presintió algo de lo que le ocurriría pronto o si el sueño finalmente se apoderó de él sin darle tiempo a nada. Tenía la sensación de haber estado despierto todo el tiempo, pero era evidente que se había dormido por lo menos tres horas, así lo testimoniaba su reloj que marcaba las 2:17. No se había movido de su posición original, pero algo ya no era lo mismo. No podía describirlo, pero era como si le doliese el alma.
Se levantó de un salto y buscó el mismo espejo que había utilizado al despertar la mañana anterior. Al verse casi no se reconoció, su pelo había encanecido, ya no quedaban rastros de risa en su rostro, tenía los ojos irritados y su estómago se revolvía con fuerza hasta hacerlo vomitar, sin tener tiempo de llegar al baño. No le importó dejar el líquido estomacal en el piso, corrió nuevamente a la cama y saltó sobre ella para romper en un llanto desgarrador.
Todos sus años de angustia, de soledad, de incomprensión, convertidos en lágrimas amargas, que salían de sus ojos con la forma de hojas de afeitar, que lo herían aún mas. Era el dolor acumulado de su niñez perdida, de la familia que ya ni siquiera en sus recuerdos estaba presente, y sobre todo de ese estado de plenitud que le había sido mostrado durante el día para luego sacarselo a la noche. Nunca antes se había replanteado nada. Los días pasaban y él los vivía, los hacía parte de su rutina, así se dejaba estar.
Pero por no se que milagro todo había pasado con una claridad extraordinaria en un solo día. Ahora no podía volver a ser el mismo, si el milagro no regresaba -y el sabía en el fondo que no regresaría- solo le quedaba envejecer y morir, envejecer, envejecer... y morir.
Les estoy contando esta historia porque a mí me llegó de una manera muy particular. No pido que crean todo lo que he dicho pues, por otra parte, yo misma no se qué es cierto y qué no. He tratado de no darme a conocer hasta ahora, para no entorpecer el relato. Hace una semana estaba yo en el parque dandole de comer a las palomas. Es una costumbre que mantengo desde que me jubilé, los lunes y miercoles cuando salgo de visitar a mi hija, me doy una vueltita por la plaza y les llevo a las pobres palomas el pan del fin de semana. Ese lunes un hombre interrumpió mi tarea, jamás lo había visto pero empezó a hablarme como si me conociera de toda la vida. Se veía que tenía necesidad de hablar y como yo no tenía nada que hacer, simplemente lo escuché.
Su relato me impresionó, por momentos hasta tenía que reprimir las lágrimas que insistían en brotar de mis ojos y ante semejante vida no encontraba yo la forma de consolarlo. Pero a pesar de su pasado, su semblante era el de un hombre felíz y juraba haber entrado en el paraíso. Antes de irse me dijo su nombre, Gregorio Ayala, y prometió traerme una bolsa con alimento balanceado para que yo pudiera darles algo mas consistente a las palomas.
No esperaba que efectivizara su promesa, fue mas bien un cumplido por mi paciente atención. De hecho muy pronto me hubiera olvidado de su nombre. Ayer al leer el diario ví que había una foto de mi plaza y eso me hizo centrar la atención en el texto. Noté que estaba en la sección policiales y en el primer párrafo apareció Gregorio Ayala. Con gran curiosidad leí el artículo completo.
Lo que decía me entristeció, me dejó por unos momentos vacía y sin reacción. Gregorio se había suicidado. Un testigo dijo que vió un hombre sentado en la ventana del edificio que está frente a la plaza, con las piernas para afuera y la cabeza hacia arriba, como mirando el cielo. Dijo tambien que no pensó que fuera a hacer lo que hizo. El hombre bajó la cabeza, miró para adentro de su habitación, se acomodó su camisa, se pasó la mano por la cara y luego se tiró.
¿Por qué lo hizo? La verdad que no lo se como tampoco se por qué me ví en la obligación de contarles esta historia. Yo no me puedo quejar, he tenido una vida plena, una hija de la que estoy orgullosa y un marido al que amé hasta que murió hace un par de años. Pero él no tuvo nada, vivió toda su vida ignorando esto que nos hace sentirnos realmente vivos. No soy escritora, tampoco tengo la lucidez necesaria para decirlo mejor, pero he vivido. A lo largo del camino tuve pequeñas dosis de alegría y esperanza que dieron sentido a todo lo demas. Gregorio vegetó hasta que un día le fueron concedidas todas las dosis que le correspondían en su vida. Para él fue una recompensa enorme, un regalo inmerecido con fecha de vencimiento.
De esa certeza de algo único e irrepetible surge mi conclusión de que no quizo seguir viviendo sin la posibilidad de al menos una vez más, por unos escasos segundos, sentirse feliz.

jueves, octubre 05, 2006

Cuento

Esta bien, a todos los que me pedían que muestre algo de lo que escribo aca va un cuento que escribí hace unos 2 o 3 años.
Irá en dos partes, para que no se cansen de leer. Mañana va la segunda parte. Besotes.

EL HOMBRE QUE NO CONOCIA LA FELICIDAD

Una mañana se despertó y fue feliz. Extraño, era una sensación hasta el momento desconocida. Al principio no sabía que le pasaba, trató de comprender, consultó enciclopedias y estuvo por llamar al médico. Se miró una y otra vez en el espejo. Qué raro, pensó.
Su cara era otra. Las cejas ya no estaban tan juntas, algo las impulsaba hacia arriba y las separaba cual polos opuestos. Sus labios, fruncidos como el fuelle de un acordeón, estiraban su sonido y dejaban desnudos unos blanquísimos dientes. Los ojos tenían un brillo nuevo. No reconocía la imagen que le devolvía el espejo.
Se sentía liviano, como si pudiese salir volando por la ventana y recorrer junto a las palomas la plaza Independencia, esa que había estado ahí, testigo mudo de sus desgracias, la que lo había cobijado en tantas noches sin sentido. Su cuarto no era su cuarto, la luz de la ventana abrazaba su cama y le daba otro color a las paredes.
Tuvo miedo, por un momento pensó estar muerto y que ese cuarto era una especie de purgatorio. Pero no había nadie más, ni muertos a la espera de su destino final, ni ángeles acompañantes, ni humo celestial. Además, él nunca había creído en esas cosas, al pan pan y al vino vino. Nada de andar llorando fantasmas, el muerto muerto está y a otra cosa mariposa.
Su rostro había retomado sus facciones habituales, pero mientras reflexionaba sobre su posible entrada al reino de los cielos así, sin túnica blanca, barbudo y con el pijama de pintitas azules, el que tenía descosidos los dos brazos, se tiró en la cama y de cara al techo rió.
En realidad esta risa también era nueva, todo su cuerpo se convulsionaba ante esos raros ladridos que salían de su boca. No podía evitarlos y parecía escupirlos cada vez con más fuerza. El estómago se le retorcía y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Eran las primeras que no le causaban dolor alguno. Simplemente salían y él se limitaba a secarlas con la punta de la sábana mientras lanzaba pequeñas pataditas al aire.
Se preguntaran ustedes qué tiene de raro esto. Pues bien, trataré de relatarles sin irme demasiado por las ramas porqué Gregorio Ayala se sentía así. O mejor dicho porqué no conocía la felicidad. Siempre fue un hombre parco, solitario y huidizo. La gente del barrio lo conoce por su nombre pero no saben nada de él. Seguramente se estén enterando de su vida leyendo estas líneas.
Nació en Tucumán, en un rancho pequeño y muy pobre, entre adobe y vinchucas, parido por una madre que no soportó otro esfuerzo como ese y que lo dejó solo en su primer llanto sin ni siquiera poder verlo una vez. La comadrona se lo había advertido a doña Euclelia Ayala, que otro embarazo a su edad le traería complicaciones. Pero qué podía hacer Euclelia más que traer chicos al mundo. Empezó a los 13, con un varón de padre desconocido, y terminó su vida con Gregorio a los 46, después de engendrar doce más. Había salido más fértil que una coneja, y cada vez que el hambre la doblaba de dolor, buscaba comida entre los peones del ingenio, a cambio de unos cuantos favores.
Con el tiempo los hijos se las arreglaban para traer un poco de pan, leche y sobras de lo que comían los peones. Pero la miseria era mucha, y los hijos a medida que crecían buscaban otros horizontes, algún lugar en donde su trabajo valiera más que un kilo de harina.
Mala suerte la de Euclelia, antes que ella dos de sus hijos habían conocido la muerte muy temprano. El Jeremías, no resistió la polio, después de que meses antes cayera en cama por una pulmonía. Lo de Antonio fue peor. Era el mayor, el que se había hecho cargo de la casa. Trabajaba duro de sol a sol, pero tenía un defecto, era mañero. Y eso a los patrones no les gusta. Un día se les retobó feo y el capataz tuvo que aleccionarlo, más que nada para que corriera el ejemplo entre los demás. Pero se le fue la mano al hombre y lo mató de tantas patadas que le dio.
Mala suerte la de Gregorio, asomar al mundo en un lugar como ese. De entrada nomás resultó callado, casi no lloraba. El nombre se lo puso una de sus hermanas, Serafina, de 9 años, que fue quien se ocupó de él hasta que tuvo edad de andar solo y ayudar en el rancho.
De su infancia en realidad poco se sabe, se parece a Don Fulgencio en eso de no tenerla pero difiere de él en su espíritu y forma de ser. Gregorio fue siempre adulto, aún siendo todavía un niño.
Cuando todas sus hermanas se casaron decidió probar suerte en la gran ciudad, tenía allí un primo que le daría albergue por lo menos hasta que consiguiera algo. Jamás volvería a pisar Tucumán y tampoco vería nunca mas a sus hermanas. Ya en Buenos Aires las cosas no serían mejores, en aquella época el trabajo que se conseguía era muy duro y no siempre le pagaban. Sufrió la explotación, la soledad y la injusticia. Pero vamos por partes.
Al ser analfabeto nunca pudo sacar ventaja en lo laboral y sus patrones a sabiendas de esto se aprovecharon del peoncito tucumano. A diferencia de su hermano muerto, Gregorio siempre agachaba la cabeza, en una muestra de resignación e impotencia.
Cuando pudo juntar algunos pesos se alquiló la piecita que ocupa hasta el día de hoy. Desde hace 17 años es sereno de una fábrica de alimento balanceado para perros que queda a 7 cuandras de su pensión. Ahí no tiene mucho trabajo, como todo sereno. Da unas cuantas vueltas por el depósito, chequea que las oficinas esten cerradas (de todos modos él no tiene la llave) y por último revisa el portón del costado, ese que da a la calle 3 de febrero, que es muy oscura y suele llenarse de borrachos que no saben donde pasar la noche. Despues se toma unos mates y espera a que el primer empleado del día lo releve.
Una vez hasta estuvo por perder su trabajo y se comió una semana sin goce de sueldo y suspención, por una puerta que algún administrativo dejó abierta y las culpas cayeron sobre él. No era muy bueno para defenderse y no pudo explicarle al jefe de planta que cuando él había pasado por ahí, la puerta estaba cerrada. Tampoco le hubieran creído, lo cierto es que esa semana comió sopa instantánea todas las noches, como único sustento.
Su vida no variaba demasiado con el transcurrir de los días, era por demás monótona. Si al menos hubiera sido tocado con la gracia del amor...
Pero no, ni eso tenía Gregorio. Era demasiado tímido y falto de ideas, y sus horarios se encontraban a trasmano de toda la gente. Jamás supo cómo abordar a una mujer, de hecho pocas veces estuvo en contacto con ellas, mas allá del diálogo específico que pudiera tener al pedir por favor que le dieran 2 kilos de papas y 1 de cebollas.
Alguien ha dicho que el amor es lo único que le da sentido a nuestra vida, el que la sostiene en los momentos malos y nos da fuerzas para soportar lo insoportable, el que agudiza nuestros sentidos y enaltece nuestras virtudes (claro que por amor tambien se han exhacerbado los peores defectos, sobre todo si el amor no es correspondido). Por amor se construyeron grandes templos, por amor se escribieron los mejores versos y por amor fue el hombre capaz de dar su vida.
Así Gregorio no pudo ni siquiera sufrir por un amor no correspondido, jamás supo lo que era estar enamorado. Era como si hubiese aceptado al nacer un trágico destino y le fuera imposible revelarse. Cuántas veces nosotros aceptamos determinadas circunstancias sin preguntarnos siquiera el porqué de su existencia. Esto en Gregorio estaba llevado a su máxima potencia.
En medio de esta vida desgraciada es que nos situamos en la extraña mañana en la que al despertar se sintió feliz. Tal vez con lo relatado se den una idea de lo nuevo de esta sensación para él y si tenemos suerte podrán comprender su reacción posterior.
Seguía Gregorio ladrando alegría, ya le dolía el estómago y tenía los músculos de la cara adormecidos. Así pasó toda la mañana hasta que, mas calmo, decidió vestirse y comprobar si esa sensación se iba al salir de su casa. Cruzó la calle dando saltitos, acarició a la pasada a dos chicos que estaban jugando en la plaza y se sentó en el banco que estaba frente a la calecita, que en ese momento del día era el único beneficiado con los rayos del sol.
A lo lejos un grupo de chicos jugaba al futbol, tendrían entre 12 y 13 años. Recién los vió cuando la pelota llegó rodando a sus pies. El mas alto le hacía señas para que les patease la pelota, él los miraba y no reaccionaba. Pensaba en que nunca de chico había jugado al futbol, nunca en realidad había jugado a nada. Ante los gritos de todos los futbolistas miró la pelota y tuvo unas ganas terribles de llevarla hasta allí. Gambeteando los árboles, con sus pasos torpes y pesados, llegó hasta los chicos y ante la mirada atónita de todos, gambeteó al primero, empujó al segundo y definió ante un arquero estático que sólo atinó a buscar la pelota que seguía, sin el freno de la red, su carrera loca hacía el arenero.
Gregorio no se disculpó y se fué gritando el primer gol de su vida. Era evidente que algo le pasaba porque tenía ganas de hablar con alguien. Si antes el contacto con los demas le molestaba, ahora los buscaba. Quería decir algo, no importaba qué. Encontró en su camino a una señora de unos 65 años que estaba sentada en un banco, alimentando a las palomas que se acercaban al maíz y luego salían volando, temerosas de la persona que les daba tan rico alimento. Sin dudarlo se sentó junto a ella y antes de darse cuenta ya le había contado toda su vida. Justo él, que jamás había revelado nada de su persona.
Así pasó todo el día, sin parar de caminar, de hablar y de jugar. Cansado y hambriento volvió al departamento, se bañó y se puso nuevamente su pijama de pintitas azules. Se preparó una sopa con los fideos que tenían forma de letras. Al tercer plato, cuando ya estaba lleno, separó unas cuantas letras y comenzó a formar palabras en el borde del plato. Al principio no se le ocurrían, pero luego se le hizo mas fácil ya que las formaba con los recuerdos de ese día tan especial. Pelota, palomas, bieja, plasa, tucuman, ambre. Las escribía así, no porque no tuviera todas las letras, sino porque había aprendido a escribir hace muy poco y lo hacía con faltas de ortografía.
Dejó las cosas en la pileta para lavarlas al día siguiente y se metió en la cama. No tenía sueño, pero sus músculos estaban cansados de tanto reír y caminar. Puso sus manos detras de su cabeza y de cara al techo se quedó unos minutos sin pensar en nada, tan solo mirando las manchas de humedad que se habían formado con el paso de los años. Ya habíamos dicho que Gregorio era muy rudimental, a decir verdad no pensaba demasiado. Todavía tenía una sonrisa en su cara.

CONTINUARA....