miércoles, enero 28, 2009

El mismo juego



Los años se le notan en su andar pesado, en su mirada tranquila, en su pelo encanecido. Ya no corre como antes pero sigue imponiendo respeto.


La busca con la mirada, están en el mismo lugar donde solían jugar durante horas cuando eran más jóvenes. La misma mesa, los mismos árboles.


Se encuentran, algo en una hace que la otra se ponga en guardia. Ninguna se mueve pero los ojos de ambas brillan.


El viento golpea sus caras, las hojas danzan levantándose del piso. Ellas esperan, saben lo que viene, se acuerdan.


Una flexión de rodillas de una hace que la otra amague hacia un lado y abandone la quietud. Hasta ahí. Otra vez a estudiarse.


Ahora un paso hacia adelante se transforma en la huída de la más vieja. Corre, gira alrededor de la mesa, parece que nada le duele, solo quiere esquivar los pasos de la otra que la persigue con una sonrisa.


Las dos se ríen, frenan, vuelven a correr y parecen no alcanzarse jamás, para no cortar ese juego que las une, que traspasa momentos y esquiva olvidos.


La perra termina el juego con la lengua afuera, cansada pero contenta, toma agua y se echa a la sombra.


La mujer acomoda su cabello, le acaricia la cabeza y entra en la casa con esa extraña sensación de alegría que brota de las pequeñas cosas, de esos instantes de paz que se logran cuando se encuentra la armonía en las cosas, en las personas o en los animales.


viernes, enero 09, 2009

El verano de tu vida


Es lindo estar de vacaciones, ver la cara de los chicos felices ante su primer chapuzón en el mar, disfrutar de unos mates de cara al horizonte, observar que la piel pierde ese tono verdoso del invierno para pasar a un tostado saludable.

Pero este verano he descubierto (en realidad es algo que ya sabía, pero claro, tenerlo en vivo y en directo choca más) que me da más fiaca seguirles los juegos a los chicos, que los kilitos de más ponen un cartel luminoso en mi cintura, que por más que salga del agua con esa sensación de Bo Derek, las miradas masculinas prefieren ver al tipo que están sacando los bañeros del mar, que los tarjeteros que hasta el año pasado me ofrecían tarjetas con descuento para ir a bailar al boliche, ya pasan de largo sin siquiera amagar con acercarse. En definitiva, que estoy más vieja, eso sin contar las canas cada vez más visibles.

Por dentro sigo teniendo esas ganas de disfrutar de la playa, de correr hasta llenarme de arena, de sentir la ola enorme que pasa por mi espalda y me golpea, mientras yo me sumerjo hasta tocar el fondo del mar.

Pero ya hay muchas cosas que me dan fiaca y aunque sigo manteniendo algunas, me da bronca que otras queden en el camino. Admiro esas personas que ya pasaron los 80 y mantienen las ganas de hacer cosas, y se ríen y gozan.

Crecemos, es inevitable, es lo lindo de la vida, pero que feo es dejar cosas en el camino. Intento juntarlas, guardarlas en mi mochila, pero ya no hay lugar, he ido metiendo otras cosas, más importantes en ella. Esas pequeñas cosas no entran, pero sigo, con la esperanza de que como la arena, algunas queden pegadas a mis piernas y me acompañen un tiempo más.